Cuentos Del Pastor

"Serie de Libros"

# 027 | EL BOLETO

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

Ese día todo amaneció en ruinas. La devastación era colosal.

Apenas unos pocos restos de la casa paterna aún quedaban en pie, pero desafortunadamente las fuerzas de todos en el pueblo estaban agotadas.

Fue entonces que decidió partir. América sería un buen lugar para comenzar de nuevo.

Se hizo de valor. No era fácil para él abandonar lo que por generaciones había pertenecido a la familia; y juntando cada moneda, fue pagando el boleto del barco que lo llevaría a destino el próximo sábado.

Fue viernes por la tarde, cuando llegó a completar el pasaje; y junto con ello compró comida que le sustentase por algunos días.

Por la mañana en el puerto, la multitud era impresionante. Gente despidiendo, y gente por abordar. Sin apercibirse de ningún conocido, entregó el boleto. El estruendo de la bocina anunciaba la salida, cuando cruzó la puerta de su camarote y la cerró tras él.

Pasaron unos diez días hasta que el Capitán del crucero se dio cuenta.

Uno sólo, un solo pasajero del barco, nunca había visitado la cabina de mando, nunca había estado en cubierta y jamás le había estrechado la mano.

Pensando en una posible enfermedad, se dirigió llave en mano acompañado de sus oficiales y del personal médico para ver lo que pasaba.

En el cuarto, tras la puerta, apareció el hombre entre dormido y afiebrado con un serio principio de desnutrición.

-¿En qué le puedo servirle Capitán? ¿Hay algún problema? preguntó tembloroso.

-¿Es que le extrañamos amigo! Nos tiene preocupado. ¿Está usted enfermo? ¿Por qué nunca le vimos?, ¿Por qué no salió de su lugar? –

Disculpe Capitán, es que sólo me alcanzó para el boleto. Sólo pagué mi pasaje. –

¡No, amigo -respondió el oficial mayor- usted con el boleto también pagó la comida, los espectáculos, las galas, y el derecho a utilizar todas nuestras instalaciones! –

El hombre, aturdido por la novedad, fue llevado a la sala de cuidados médicos donde se recuperó a los pocos días.

Reflexión

Hasta el día de hoy muchos de nosotros nos mantenemos a la espera.

Existe un convencimiento tan fuerte que nos ha paralizado casi por completo. Pensamos que lo que Cristo hizo por nosotros, tiene que ver sólo y exclusivamente con la eternidad; y que para disfrutar de la vida que Él nos otorga, hay que esperar morirse o que Él nos venga a buscar.

No estoy hablando de la Eternidad como lugar en sí. Ese será nuestro final arribo. Sino de la verdad que es suficiente para cambiarlo todo: ¡Tenemos la Vida eterna en Jesús!

Por alguna razón hemos cambiado las palabras y la conjugación de los verbos. Juan nos dice:

”El que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. – (1 Jn. 5.12 – RVR 1960)

Nosotros hemos dicho: – “El que tiene al hijo tendrá la vida…, el que no tiene al Hijo de Dios no tendrá la vida”. –

Y usted me dirá, ¡no hemos cambiado la Palabra! Y tiene razón. Quizás no literalmente, pero nuestros hechos día a día parecen cambiarla.

Nos postergamos el gozo, el disfrutar de su Presencia y de la comunión con los santos; del apropiarnos de un estilo diferente de vida, de vivir las promesas, etc., etc.

Continuamos viviendo como todos los demás; nos aferramos al hoy, como si fuésemos simples mortales que sólo pasaran por esta vida terrena. Con boleto en mano, nos consumimos apeteciendo lo que por derecho nos corresponde y nos dejamos morir sin respirar una bocanada de aire fresco del cielo.

Quizás sea hora de despertar a esta verdad: No la tendremos… Sino que: ¡Ya la tenemos! ¡Tenemos la vida eterna!

Pablo nos dice:

-“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios; aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por lo tanto no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. – (Efe 5. 14-17 – RVR 1960)

El Capitán está a la puerta, para invitarnos a cenar (Ap 3.20).

– ¿Salimos? –

Pastor Rubén Herrera

# 028 | LA CUERDA

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

Ya estaba oscureciendo, cuando el viento empezó a traer una menuda tormenta de nieve. A medio camino, en plena escalada, Juan se movía rápido y preciso. Trepaba sosteniéndose de lo imposible en su carrera de llegar primero a la cima.

Temprano a la mañana el pronóstico había asustado a varios del equipo, quienes no quisieron hacerse de la proeza en esas condiciones; pero para los más competitivos, entre ellos Juan, era justo el ingrediente que necesitaban para la gran osadía.

Juan adelantaba a cada minuto de la escalada. Parecía que por fin cumpliría el sueño. Por fin demostraría a los suyos, y especialmente a su padre, que no fueron en vano los esfuerzos de tantos años.

Varias cuerdas guías sostenidas de la cima, acompañaban a los deportistas. Pero ninguno de ellos sería suficientemente valiente si se tomaba de ellas.

Fueron pasando los minutos y oscureciéndose la tarde. En medio del congelante frio, de pronto todo se tornó imposible. La tormenta movió una de las rocas de la cumbre, y comenzó una avalancha sin control. Uno a uno fueron asiéndose de las cuerdas, excepto Juan que todavía luchaba con una vehemencia inquebrantable. Hasta que no hubo más de dónde sostenerse. En caída libre, Juan desesperado, daba manotazos ciegos tratando de encontrar soga, hasta que pudo quedar pendiendo en un completo vacío.

-¡Ya vendrán a rescatarme!- pensó Juan mientras se palpaba buscando una rotura o una herida. Pero nadie llegaría sino hasta la mañana; al aclarar y despejarse el cielo.

Cuando descubrió que la fuerza sus brazos se terminaban, hizo un nudo a su cintura y se aferró con sus dos manos fuertemente a la cuerda.

-¡Dios mío! – exclamó con la sensibilidad del que pronto ve su partida.

-¡Cuanto desearía me salvarás! ¡Si hubiera confiado más en Ti, si no hubiera sido tan sordo a las advertencias que me diste! ¡Si no fuera tan terco y confiado! –

Fue entonces, que detrás de una suave brisa pareció escuchar:

-¡Suéltate Juan! ¡Suéltate! –

La voz le resultaba conocida, pero ¿quién podría hablarle en medio de la noche y del vacío?

Se aferró más a la idea que le sostenía de la cuerda, mientras se decía:

– ¡Ya vendrán a rescatarme! –

Esta vez fue más claro el mensaje:

-¡Suéltate Juan estarás a salvo en Mí! ¡Déjate caer ahora, Yo te recojo! –

Juan pensó que alucinaba. ¡Ni Dios podría ocuparse! ¡Cómo sería posible!

Hizo caso omiso apretando su soga, cayendo en un profundo sueño y finalmente ya no despertar.

A la mañana, cuentan los asombrados rescatistas, que Juan estaba muerto. Completamente endurecido, aferrado a su cuerda e inexplicablemente a sólo un metro del suelo.

Reflexión

A veces creemos que la fe y la confianza en nosotros mismos es la fuerza superadora.

Últimamente muchos mensajes animan a los oyentes a sobreponerse por sí mismos. A escuchar la voz interior. A seguir los instintos, y sensiblemente captar los mensajes sensoriales de nuestra conciencia.

La capacidad humana está siendo sobrevaluada y llevada al límite de lo absurdo.

Hace poco un predicador, dijo alejado totalmente de contexto, que: – ¡Somos Jehová Junior! ¡Somos dioses! – Sin reparar que estaba recuperando el mentiroso y satánico mensaje del Edén:

-“… seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” – (Gn 3.5 – RVR 1960)

La fe y la confianza están siendo explotadas y llevadas a lugares equivocados. Muchos creyentes sinceros y con buenas intensiones son alejados del verdadero depósito de nuestra fe: Jesucristo.

Lejos de confiar en el Señor, y en seguir las direcciones del Espíritu Santo por su Palabra, multitudes se animan a confiar en que sus recursos materiales son suficientes para mover la voluntad divina a su favor.

Hoy, es lamentable, que conozcamos más lo que dijo un predicador entusiasta y positivista, que las palabras del propio Señor Jesucristo.

¡Y cuántas de estas palabras superan y anulan las de los Evangelios!

Es tiempo de reorientar nuestra fe. Un único lugar seguro para caer se encuentra en Su Palabra. El no miente cuando nos advierte:

-“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. – (Jn 14. 23 – RVR 1960)

“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fabulas.” – (2 Ti 4. 3 y 4 – RVR 1960)

Aunque sea esta vez, confiemos en su Palabra.

Estamos a un metro del suelo… ¡Soltemos la cuerda!

Pastor Rubén Herrera

# 029 | SALA DE OPERACIONES

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

-¡Pagamos el doble! ¡Por favor doctor! ¡Le pagamos el doble, pero déjela vivir! –

Las voces se multiplicaban en angustia y dolor dentro del quirófano justo antes de la complicada operación.

La historia de María es una de esas que sólo pueden reproducirse en un contexto único.

Cómo trabajadora rural, había llegado de su país Bolivia muchos años atrás. Tan pronto como vieron su disposición y honesto trabajo, los más acomodados del pueblo se disputaron su servicio. Tener a María, era garantía en todo sentido; y aunque esto era un secreto a voces, ella nunca lo pudo percibir ni aprovechar para su ganancia. Finalmente María fue empleada doméstica en la casa del médico del lugar.

Tenía cuarenta años, rostro surcado, manos gastadas, silueta sensiblemente encorvada. Siempre dispuesta, sonrisa generosa y dueña de un silencio confidencial que le había adornado virtuosamente para ser la amiga de todos. Había hecho su propia familia, aunque a los pocos años de casada tuvo que experimentar la viudez temprana.

Una enfermedad terminal acortaba su vida. Pero la angustia por el bienestar de sus hijos, fue más grande que el dolor que le propinaba el cáncer; así oculto lo que pasaba por muchos años. Cuando detectaron el mal, la cirugía era su única salida; una operación muy complicada, y con pocas posibilidades de éxito.

El médico se sentó intranquilo frente los muchachos y dijo:

-Esta es la parte que poco me gusta hablar. Haremos todo lo posible. La operación tiene un costo: $5.000 pesos si sale con vida y $10.000 pesos si muere. –

Sus rostros se llenaron de extrañez y de asombro.

Pero temiendo cometer torpeza, quedaron en silencio y no osaron preguntar más detalles. Firmaron los papeles y se retiraron abrumados.

En el bar del hospital uno al otro se miraron confundidos. ¿Habían escuchado bien?: – “¿$5.000 si vive y $10.000 si muere?” –  ¡Sin duda en su nerviosismo el médico se habría equivocado!

Con ojos llorosos miraron nuevamente la nota y disiparon las dudas. El médico había repetido textualmente lo que decía la autorización para la operación.

Uno de ellos pensó en voz alta diciendo:

-Pero…, entonces no hará mucho por mamá. ¡No le conviene! ¡Para él, mamá vale más muerta que viva! –

Los muchachos corrieron a prisa a la sala de operaciones.

Sin mediar palabras, y mientras se acercaban al quirófano, parecían convenir en cuál sería el nuevo arreglo.

El desborde angustioso se dejó oír llenándolo todo:

-¡Pagamos el doble! ¡Por favor doctor! ¡Le pagamos el doble, pero déjela vivir! –

¡No entiendo lo que me dicen muchachos! – dijo el médico retirando su barbijo.

-¡No puedo perder más tiempo! – levantó la voz, mientras pensaba en cuál sería la confusión, y al instante logró comprenderlo.

-¡Tranquilos, tranquilos. Todo va a estar muy bien! – repuso.

-¡Su madre vale más viva que muerta para mí. Ella es invaluable por los años de servicio que me ha brindado, no podría perdonarme si no hago todo lo que pueda por ella! Lo que ustedes vieron fue el costo total: el precio del cajón y del velatorio están incluidos en la boleta. –

Reflexión

¡Cuánto callamos en nuestra absurda y temerosa ignorancia, y cuántos pensamientos equivocados nos turban por no preguntar a tiempo!

La mayoría de nosotros experimentamos angustiosas vidas cristianas por no entender correctamente lo que hemos pactado.

La letra que no entendemos o las explicaciones erradas que recibimos, han sido la principal causa de nuestros temores, alejamientos y decepciones.

Hemos silenciado las preguntas más elementales de la vida.

Y en el campo de la fe no fue la excepción.

En nuestras congregaciones, quizás por falso temor reverente o por no ser impertinentes, no nos atrevimos a preguntar o razonar las cuestiones fundamentales de la fe con nuestros mayores.

A menudo no nos permitimos pensar en nuestros actos de fe, y en consecuencia caemos en engaños ridículos del enemigo.

Hoy tenemos una Iglesia que sufre el fetichismo, y las más oscuras y absurdas prácticas; las ocurrencias de burladores inescrupulosos que buscan sus propias riquezas, y que introducen herejías y satanismo en los mal llamados “actos de fe”.

El Señor no hizo nuestra mente ajena a las cuestiones espirituales. Es un error pensar que no debo pensar ni preguntar cuando se trata de fe.

El libro más antiguo de la Biblia, declara:

“Espérame un poco, y te enseñaré; porque todavía tengo RAZONES en defensa de Dios. Tomaré MI SABER desde lejos, y ATRIBUIRÉ JUSTICIA a mi Hacedor” – (Job. 36. 2 y 3 – RVR 1960)

Pedro también dice:

“¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Más también, si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor a ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad SIEMPRE PREPARADOS PARA PRESENTAR DEFENSA CON MANSEDUMBRE Y REVERENCIA ante todo aquel que os demande RAZÓN DE LA ESPERANZA que hay en vosotros”; – (1 Pe 3. 13-15 – RVR 1960)

Ante la importancia de los nuestras prácticas espirituales, ¿no deberíamos acaso detenernos a considerarlas primero?

Las cuestiones de fe son tan relevantes y trascendentes que no deberíamos tomarlas a la ligera, o bajo las presiones del apuro ajeno.

Dios dijo a Job desde un torbellino:

“¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos, Yo te preguntaré, y tú me contestarás”.-  (Job 38. 2,3 – RVR 1960)

Dios se presenta como un Dios de diálogo; le fascinan las preguntas y las respuestas.

No ha hecho nuestra mente para que sea un obstáculo, sino para que fuese un instrumento de relación.

El mayor bien todavía puede no haberse vivido.

Las angustias pueden estar visitándonos detrás de una verdad no comprendida.

Pongamos mente a lo que decidimos creer. (Ef 4. 17-25)

Pastor Rubén Herrera

# 030 | LAS PIERNAS DE ÁNGEL

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

Teníamos dieciséis años. Era sábado a la noche. En nuestra Iglesia la reunión de ministerio estaba terminando, cuando sentí algo extraño en verdad.

Ni siquiera pensaba en ello, pero inexplicablemente algo me impulsaba llegarme al hospital. Sentado junto a mí estaba Miguel, compañero de muchas aventuras de fe, a quién le conté lo que vivía. El, después de pensar el tema y no muy convencido decidió acompañarme.

¡Realmente era una locura!: Diez de la noche, un Hospital cerrado en medio de la nada. Por dónde quiera que se lo mirara, no había nada cuerdo en el asunto.

Mientras los demás jóvenes de la Iglesia planeaban una salida; nosotros marchábamos al hospital sin tener más razones que una fuerte intensión de responder al intrigante llamado.

¡Esto no era común ni normal para nada! Nuestra congregación no era del tipo que practicara los dones espirituales, y mucho menos que creyera en cosas como las que estábamos haciendo.

La Ciudad de La Rioja en ese tiempo contaba con un Hospital público el que estaba distribuido en un gran predio. Los pabellones se distanciaban uno del otro en medio de un terreno seco y con polvo en suspensión.

Recuerdo que al caminar, un viento remolinado nos envolvió dejándonos blancos de tierra. Así llegamos a la Pabellón en cuestión. ¡No teníamos que decir, no teníamos a quién visitar y el horario de visita había terminado hacia cuatro horas!

La enfermera que nos recibió nos preguntó que hacíamos allí y sin mucho protocolo, ni esperar nuestra respuesta nos permitió pasar.

Ahora caminábamos por un pasillo. A ambos lados había salas con doce camas cada una. ¿A quién debíamos hablar? No lo sabíamos. Cruzamos otra enfermera justo cuando estábamos decidiendo dónde entrar.

Ella dijo: – ¿Visitan a alguien en especial? – Y no supimos que contestar. Sólo recuerdo que dije: – Sí, ¡es aquí! – y entramos a la primera sala que teníamos a nuestra mano izquierda.

La sala estaba en penumbras, sólo la luz del pasillo iluminaba la habitación. En la primera cama estaba Ángel, quien será el protagonista de esta historia. Levante la voz en medio del lugar y pregunté si podíamos compartir una breve historia de la Biblia. Alguien propuso que encendiéramos la luz, y así comenzaba una pequeña predicación, que habrá durado unos cinco minutos. Cuando hicimos el llamado todos recibieron a Cristo en su corazón como Señor y Salvador personal. Todos, incluyendo a Ángel.

El entonces nos hizo la pregunta:

¿En el cielo, tendré de nuevo mis piernas? –

Ángel había sido el borrachito del pueblo. Un día de mucho frio estaba tan alcoholizado, que prendió fuego en el interior de su rancho; esto hizo arder todo el lugar. Cuando despertó de su borrachera, tenía la mitad del cuerpo quemado. Salió buscando ayuda, pero en el camino fue perdiendo sus piernas. Le encontraron en las vías del tren, casi moribundo. Había que salvarle la vida y los médicos no dudaron en amputar.

Esa noche Ángel durmió distinto, contento, confiando plenamente en la promesa que le hacía su Señor.

Salimos de la sala, prometiendo volver. Nos regresamos con nuestros amigos. La alegría que sentíamos nos llevó corriendo y saltando todo el camino. Íbamos en el aire. No caíamos del asombro, y no lo podíamos creer: – ¡El Señor nos había usado increíblemente! –

Al regresar el lunes y visitar la sala, la cama de Ángel estaba vacía.

Al salir una enfermera me dijo:

– ¿Ustedes estuvieron el sábado verdad?  Bueno, Ángel murió esa misma noche. Pero déjenme decirles que: ¡Jamás vi morir a alguien más contento! El repetía todo el tiempo que se iba con Jesús, quien le tenía listas sus piernas nuevas. –

Reflexión

He meditado esto muchos años. Nunca más se repitió la experiencia, al menos no de esta manera. Pero si he visto al Señor llevarme por caminos no propuestos y mostrarme su Gloria.

Siempre pienso en: – ¿qué había en el corazón de Ángel para que el cielo se movilizara de esa manera? ¿Qué trabajó en nosotros esa noche para cargarnos de fe y valor? ¡Qué calculo más preciso del tiempo y que estrategia más impecable! ¡Qué misericordia divina para el pecador! ¡Qué insondables son sus caminos! –

La vida cristiana es realmente maravillosa. Las experiencias extraordinarias se multiplican y se amontonan proponiéndonos ser parte.

¿Cuándo despertaremos a este propósito extraordinario? ¿Cuándo dejaremos que simplemente nos pase?

Hay muchos como Ángel que esperan por nosotros. ¡Levantémonos de nuestra cómoda silla y salgamos por ellos!

Pastor Rubén Herrera

# 031 | EL GUARDAESPALDA DEL PRESIDENTE

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

Miguel Ángel había sido guardaespalda personal del Presidente Perón toda su vida. Tenía cerca de dos metros de altura, y pesaba unos 160 kilos. Lo conocí mientras visitaba el Hospital Presidente Plaza.

La historia de Miguel, fue interesante. Siempre escuchó con atención las historias y relatos míos cuando los predicaba en la sala. Es más, una silla al costado de su cama, fue la plataforma de muchos de esos mensajes.

Hablábamos de muchos y variados temas. El había viajado por todo el mundo, y tenía historias a montones.

Nada le había faltado jamás: dinero, fama, mujeres y todos los lujos que se pueden imaginar; y según él lo definía: – ¡Estaba hecho!

Fue el segundo más importante en la comitiva presidencial, y uno de los más cercanos amigos del presidente.

Llegó a La Rioja por recomendación del entonces gobernador Carlos Menem. Y hacía ya un año y medio que permanecía internado, esperando su curación y la jubilación nacional.

Según él relata, se lastimó mientras se cortaba una uña del pie izquierdo. La diabetes impidió la cicatrización y una infección importante le tomó parte del mismo. Los médicos -creo entender- nunca le dijeron la verdad, y llegó el día en que le dejaron salir, para que muriera afuera.

Tenía mal humor casi todo el tiempo, aunque con los enfermos de la sala mostraba cierta simpatía. En lo particular, no recuerdo algún maltrato suyo para mi persona.

Siempre que llegábamos al momento de tomar la decisión por Cristo, mientras los demás aceptaban hacer la oración, él la postergaba.

Ya lo haré, ya la haré uno de estos días… – decía sosteniendo con diplomacia su voluntario rechazo.

Un día la confrontación con el Espíritu Santo fue tan grande, que dijo lo siguiente:

Cuando salga de aquí voy a llegarme a tu Iglesia. Ese día voy a entregarme a Cristo y voy a arrepentirme de todo. ¡Te lo prometo! –

Quizás ésta fue una falsa promesa para terminar con mi insistencia de que aceptara a Jesús; quizás no. Prefiero pensar que fue legítima, aunque ideada desde un sutil engaño satánico que sabía el final desde un principio.

Si, el día finalmente llegó. Miguel estaba en pie de nuevo. Lo acompañe al Hotel de mi tío para que descansara esa noche. Era miércoles, lo recuerdo muy bien,  al otro día tendríamos reunión de oración.

Cuando me despedí, recordó su promesa:

-¡Mañana a la tarde vamos a la Iglesia! ¡Mañana me entrego a Cristo! –

Lo dejé entusiasmado, con muchos planes y sueños por concretar.

Esa fue la última vez que vi a Miguel.

Temprano a la mañana sonó el teléfono:

Rubén, tenés que venir al Hotel. El hombre que trajiste anoche, murió a las 4 de la mañana. No tenemos datos de él, y aquí está la Policía. – dijo uno de mis primos; mientras yo no caía del asombró y pensaba:

-¡Miguel ha muerto! ¡Miguel se ha ido sin Cristo! –

Reflexión

Cada vez que alguien posterga cordialmente el llamado, y cada vez que veo la indiferencia gentil al mensaje, pienso en la historia de Miguel Ángel.

¡Tanto tiempo escuchando del Señor y de su infinita gracia y misericordia! ¡Y siempre con tozuda indiferencia! Adueñándose de la decisión y resistiendo con la falsa seguridad de vivir toda la vida.

¿Y cuánto tiempo queda? ¿Cuánta más gracia será derramada?

Quienes están en tormento, reclaman a grito desesperado el volver a ese tiempo de oportunidad que ya no tendrán. Mientras el hombre y la mujer de hoy viven en la más abierta rebelión contra su Creador, ignorando voluntariamente el destino de sus almas.

Mi clamor este día es: –¡Vuélvete, arrepiéntete, ora, búscale, vuelve en sí por amor de Dios!

Tus buenas intensiones y tus buenos planes podrían no ser suficientes.

Pastor Rubén Herrera

# 032 | EL GRANDULÓN

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

Hoy recordé una experiencia de niño.

Jugábamos mi primo y yo sentados en el cordón de la vereda, mientras esperábamos el paso de las bicicletas. Por alguna razón que ignoro, la competencia se había trasladado cerca de nuestra casa. A casi dos cuadras sobre una avenida, corredores de bicicletas de diferentes provincias mostrarían sus proezas en busca de la brillante copa.

En eso estábamos, cuando apareció nuestro temor frecuente. Se trataba del muchacho de la vuelta; que aunque menor en edad, siempre nos infundía miedo y nos tenía amenazados. Quizás fue su tamaño -mucho más alto y fornido- o porque tenía hermanos mayores que le defendieran; no recuerdo bien, pero nos provocaba correr, mantenernos alejados o simplemente obedecer lo que él caprichosamente nos decía.

Se acercó por detrás y nos sorprendió esa siesta cuando menos lo esperábamos. Mi primo atinó pararse. Comenzó con sus amenazas y esta vez dispuesto a propinarnos un golpe.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza, se me helaron las manos, y antes de permitirme un sólo atisbo de miedo cerré los ojos, y saqué un puñetazo que le dio cerca del ojo.

Miles de pensamientos me surgieron de repente: – ¡Qué hice! ¡Qué mala idea! ¿Qué hacemos ahora? ¡Este se levanta y nos mata seguro! ¿Y su hermano, dónde está su hermano? ¿Y si aparece? –

-¡Corramos! – Salió el grito ahogado; y terminamos escondidos en casa por algunos días.

Lo último que recuerdo, como en pocos cuadros fotográficos, es el chico de rodillas, tomándose la cara y llorando.

A los días, cuando volvimos para jugar con nuestros amigos estábamos llenos de angustia; de seguro se venía la venganza, pero tampoco no nos confinaríamos la vida dentro de la casa. Hicimos de tripa corazón, y salimos a dar cara.

Para sorpresa nuestra -mayormente mía- me había convertido en el temor del grandulón. Las reglas habían cambiado. Los chicos que le tenían miedo ahora buscaban que yo los defendiera. Yo era el nuevo héroe de la cuadra.

¡Si supieran que nunca hubo valentía! ¡Y si supieran que no existe explicación para el golpe!

El momento y todos los elementos estaban operando a mi favor y supimos aprovecharlo. ¡Una nueva “verdad” estaba instalada!

Reflexión

No todo es como parece. Muchas veces sólo se necesita la combinación justa de elementos para crear una verdad mentirosa, y sacar provecho de los incautos y desprevenidos.

Somos perceptivos por naturaleza y mayormente sensoriales; fácilmente cautivos de las emociones. ¡Vivimos de emociones! Una fuerte impresión y una emoción sostenida en el tiempo puede llevarnos cautivos toda una vida.

Leyendo publicaciones en las redes sociales encontré a un hombre que decía más o menos así:

“¡Sólo tienes que creer y decir amén y será hecho, lo que en otros años perdiste se te devolverá al doble! ¡Tu casa será pagada, no tendrás más deuda y el Banco mañana te llamará para decirte que inexplicablemente todo está saldado!”  –

Por supuesto la lista de Amenes se amontonaba en la publicación. ¿Y quién no quiere que sus errores y malas decisiones del pasado desaparezcan mágicamente de la noche a la mañana? ¿Verdad?

Entonces tuve la mala idea de preguntar si había algún versículo bíblico para apoyar mi fe, y poder decir también Amén. La respuesta no se dejo esperar: ¡Mensaje eliminado!

¿Se ha detenido a pensar cómo funciona y en qué radica el poder del juego de azar? ¿Por qué, dónde y cómo opera la seducción?

Sólo hay que darle al jugador: el sueño de muchas posibilidades, crearle culpa si deja pasar la oportunidad, y la ilusión de cambiar las cosas en un santiamén.

Toda una atmosfera de “fe” creada para la ilusión y el engaño.

Una verdad que parece creíble porque tiene estos elementos necesarios: expectativa (algo va a pasar), emoción (puedo sentirlo, está en el aire), soluciones mágicas (lo que estaba esperando), un compromiso económico (no fácil, pero posible de cumplir), miedo a perder la oportunidad (culpa sino lo hago), y sobre todo miedo a ser contado con los incrédulos (caeré de la Gracia, ¡qué dirán los hermanos!).

Evidentemente tiene una gran verdad para que creamos: ¡Dios puede hacer lo imposible!; pero también de mentira: ¡No es cómo funciona la cosa! ¡El Señor no es un genio que sale a contestar deseos de una lámpara que frotamos!

Una verdad se distingue de la mentira en esta simple cuestión:

La verdad de Dios perdura en el tiempo, es independiente de los momentos, de los hombres y siempre tiene resultado; la mentira sólo se puede sostener temporal e ilusamente en esos “momentos de emoción” mal llamados atmosfera de fe.

Recordemos lo peligroso de lo falso: ¡Las varas de los egipcios también se convierten en víboras, pero la Vara de Aarón terminó comiéndoselas a todas!

Vivimos tiempos peligrosos, atmosferas de engaño que manipulan y llevan a hombres y mujeres de sencilla fe a desviarse de la verdad del Evangelio.

Antes los discípulos se desprendían de todo. Hoy se llama a los discipulos a amontonar y acumular de todo. ¿Puede explicarse esto?

Antes por lo que se padecía, se aprendía la obediencia; hoy, por las “bendiciones arrebatadas” confirmamos que vamos por buen camino en nuestra testaruda desobediencia. Ya no importa cómo vivamos, no importa nuestra condición. No es necesario el arrepentimiento, la oración y la búsqueda personal; sólo hay que esperar al nuevo predicador que “abrirá los cielos” para que encontremos la solución mágica a todos nuestros fracasos y errores.

¡Una nueva “verdad” está siendo instalada!

Podemos seguir engañados y viviendo esta “verdad revelada” aprovechando los “momentos”; o podemos vivir la verdad verdadera, la Verdad de su Palabra, la que permanece inmutable para siempre. ¡Nosotros elegimos!

Pastor Rubén Herrera

# 033 | ¡MARTÍN RESUCITÓ!

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

Era un sábado a la noche. La clínica estaba llena de gente en sus pasillos. El murmullo se paró de repente ante los gritos desesperados:

-¡Yo no creo! ¡Dios no existe!¡Todo esto es una farsa, mi hijo está muriendo y ¿dónde está el Dios bueno y de amor que usted predica? – las palabras de este impotente padre no podían ser acalladas fuera de la habitación.

Eran palabras de dolor. Nadie se atrevía siquiera juzgarlo. Y no era para menos, su hijo Martín de 24 años estaba muriendo de leucemia de la manera más horrible y dolorosa.

Los médicos inyectaron la última dosis de morfina y prepararon todo para desconectarle en la madrugada.

El desafío se transformó personal cuando el hombre se me acercó, alterado como estaba, y me dijo:

-Si el Dios suyo resucita a mi hijo y le devuelve la vida, yo le juro que voy a su iglesia y me convierto a Cristo esa misma noche. De otra manera, no quiero verle más la cara, ¿entendió? –

Salí de la Clínica con un nudo en la garganta. Su esposa, alcanzándome a la salida, trataba de borrar las torpezas propinadas pidiéndome disculpas.

A la mañana siguiente, mientras conducía el programa de radio, la mujer llamó desesperada:

-¡Usted tiene que venir ahora Pastor! ¡Martin a muerto! Mi marido salió para arreglar el velatorio. ¡Por favor Pastor, venga! –

Cuando entré a la habitación, Martín estaba en su cama. La mujer se levantó al verme y lo primero que dijo sin mediar saludos fue:

-¿Y ahora Pastor? ¿Qué hacemos ahora? –

Se detuvo unos segundos y agregó:

-¡Usted tiene que orar y resucitar a Martín! –

No recuerdo un momento más tenso, no recuerdo una confrontación tan fuerte con mis creencias como la que estaba viviendo en esa habitación. Yo sabía que el Señor podía hacerlo, podía resucitar a Martín; pero una cosa es decirlo desde el púlpito con gente que te arenga con cientos de Amén y otra bien diferente es que te pongan un muerto al frente y tengas que hacerlo o hacerlo.

Trate de calmar a la mamá y consolarla. Le dije algo así como:

-¡Debemos tranquilizarnos, Dios sabe como hace las cosas…!

La mujer no me dejó terminar y con un fuerte mandato dijo:

-¡No! ¡Usted tiene que orar! ¡Mi hijo tiene que vivir! ¡Ore Pastor, ore! –

Quedé desarmado de nuevo.

-¿Qué hago Señor?- oraba completamente nervioso para mis adentros.

Comencé una vaga oración, mientras la mujer sentada desde su cama observaba:

Señor, – dije – te doy gracias…

En mi mente pasaba de la impotencia a lo absurdo. Miles de preguntas en mi cabeza:

¿Qué estaba haciendo? ¿Quién me puso en esta situación? ¿Señor que hago?  – Y esta fue la pregunta que terminó con la plática interminable de mis razonamientos.

Sentí que de pronto algo cambió. Alguien estaba tomando el control. Su voz fue firme y clara:

-¡Dile a Martín que se levante! –

Hubo una intensa pelea interior en mi cabeza. Mientras la voz se repetía una y otra vez:

– ¡Dile a Martín que se levante! –

Con temblor me acerqué a su cama. Suavemente, en la más nerviosa y temblorosa oración jamás hecha dije:

-Martin…, Martin… Levántate… Leván…

No terminé la frase cuando pasó lo siguiente:

Martín se incorporó y quedó sentado en la cama. Yo hice un paso atrás completamente sorprendido. Su madre, lo vio y de la emoción se desmayó cayendo al suelo. La enfermera escuchó el ruido y entró en la habitación. En un instante el lugar estaba lleno de médicos y asistentes.

-¿Qué paso? ¡Quién es usted! – Dijo el médico de cabecera.

Pero sin responder palabra, sentí que era hora de salir de allí. Caminando fuera de la Clínica, todavía no caía del asombro y me repetía una y otra vez:

-¡Martín ha resucitado! ¡Martín ha resucitado! –

Esa noche el papá de Martín llegó a la iglesia para entregarse con toda su familia, su corazón estaba rendido y maravillado; y juntos oramos abrazados glorificando al Señor.

Reflexión

Me llena de vergüenza recordar esa experiencia al pensarme tan impotente y tan lleno de dudas.

¡¿Cómo mi corazón no estuvo preparado para responder a mi fe?! ¡Cuánto de lo decía creer pasaba por una simple teoría o historia bíblica!

Pero creo que es así como funciona a veces.

Nos gozamos en el entusiasmo de multitudes que respaldan y apoyan nuestras frases convincentes y bonitas, pero estamos muy lejos de vivirlas de verdad.

Hoy dejo esta reflexión para todos, y pregunto:

– ¿Lo que digo creer, lo que muchas veces confieso a voces, lo creo de verdad? –

Pastor Rubén Herrera

# 034 | MARTÍN (2º parte)

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

¡Martín había resucitado! Pero ese día, al bajar las escaleras de la Clínica, la misma voz que minutos antes me había direccionado me dijo suavemente:

-¡En tres días lo levantaré! –

En ese momento deduje que en los próximos tres días, Martín sería dado de alta y que todo estaría bien.

Lunes por la mañana llegué temprano a la Clínica para visitar a Martín, pero para mi asombro, los médicos le habían dado de alta.

Martín estuvo con su esposa, su pequeño hijito y toda su familia disfrutando plenamente esos dos primeros días. Pero a la noche del día miércoles, cerca de las 23 hs su mamá me llamó para que fuera a la casa. Martín se había descompensado nuevamente, el cuadro de leucemia avanzado había regresado.

Su cuñado estuvo en la puerta de mi casa a los pocos minutos para llevarme junto a Martín. En la casa me esperaban su mamá, y su hermana. El resto de la familia salió a buscar al médico de cabecera.

Martín, luego de despedirse de los suyos, pidió que me quedara a su lado.

He estado en muchos casos cuando la persona va a partir. Pero la experiencia con Martín fue única por muchos motivos. Y especialmente por lo que pasó al final.

Hablamos por un rato largo, y me aseguré de su fe en Cristo. Al final Martín dijo:

Pastor, muchas gracias por todo. Le dejo mi familia en sus manos. Entiendo que pronto me viene a buscar y yo quiero que usted esté aquí conmigo. –

No había temor en sus ojos, todo lo contrario. Tenía una claridad de pensamiento insuperable. Entendía el propósito de su partida y estaba feliz.

Sabe pastor, -agregó- le pedí al Señor estos días con mi esposa y mi hijito. Y Él fue fiel en dármelos. Ahora sé que cuando me vaya todo va a estar bien. –

Y esa última parte de la oración me dejó pensando…

La muerte de Leucemia es horrible. La sangre putrefacta comienza a salir por lugares impensados. Literalmente la persona comienza a explotar.

Martín me tomó de la mano. Sus oídos, ojos, nariz, uñas, se comenzaron a llenar de sangre. El momento fue dantesco. Un frío intenso ingresó en la habitación, como presidiendo la inminente partida.

Se agarró fuertemente de mi mano, me miró a los ojos y estas fueron sus últimas palabras:

Pastor, hasta luego… nunca se olvide: “¡La Sangre de Cristo tiene poder!” –

Había escuchado, como predicado innumerables veces esta verdad, pero jamás la frase había tenido el poder que tuvo en ese momento. Martín muriendo de la manera más dolorosa y horrible, la sostenía hasta el último aliento.

Miró hacia arriba, sonrió feliz, y se cortó.

Luego de eso vendrían algunos acontecimientos que contaré en otro momento, pero sus palabras finales aún quedan en mi memoria:

“¡La Sangre de Cristo tiene poder!” –

Reflexión

“¡La Sangre de Cristo tiene poder!”

Esta es la verdad más grande de todas cuando hablamos de redención, perdón y vida eterna. La religión es vana y ridícula si esta sangre no es la confianza de los creyentes.

La verdad más grande que sostiene al hombre con vida eterna. ¡Sin la Sangre de Jesús estamos perdidos! Si no se aplicó a nuestra vida aún estamos en condenación y castigo.

Fue su sangre la que pagó el precio. Ella fue el único precio. Fue su sangre la que nos presenta acepto al Padre. Es su sangre la demostración más locuaz de su Gracia inmerecida. ¡Su sangre preciosa nos limpia de todo pecado!

La sangre de Jesús es la única cosa que nos hace entrar a la Presencia de Dios confiado y seguro. El poder para vencer hasta la peor muerte, como lo hizo Martín.

-¿Cuentas en tu vida con el poder de esta sangre?-

Pastor Rubén Herrera

# 035 | EL AMOR QUE NO ABANDONA

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

La historia a continuación es un hecho verídico. Los nombres han sido cambiados para preservar la identidad de sus participantes.

-Necesito que veas a la hija de una amiga. Ella intentó matarse por segunda vez. Estuvo bajo tratamiento psicológico pero no pudieron ayudarla. – dijo mi amiga Julia en el teléfono.

Cuando llegué a la casa de Inés, todo tenía olor a muerte. Su madre completamente desesperada había tratado con todo, pero era imposible hacerle reaccionar. La idea del suicidio se fortalecía cada vez más.

-Inés presentó este mismo cuadro a los cuatro años – dijo la mamá. Y prosiguió el relato:

-Por entonces, pequeña como era, se deprimió de tal manera que tuvimos que internarle varias veces. Se abandonaba, no quería vivir. –

Inés estaba en su cuarto. Subí para conversar con ella.

Mi novio se está marchando a España. – me dijo.

-¡No lo puedo soporta!, ¡No, no una vez más! ¡Deseo morir, deseo morir! – Y se quedó en silencio sin agregar palabra.

Baje para hablar con su mamá. Quien me relató lo siguiente:

Inés, nació con muchos problemas de salud. Yo tuve que dejar de trabajar para abocarme completamente a ella. Recién a los cuatro años, volví a quedar embarazada. Para ese entonces, cuando nacía su hermanita Carla, Inés estaba ingresando al pre-jardín. Aunque no se mostró agresiva, siempre mantuvo distancia y hasta diría indiferencia con su hermana. A ese tiempo dejó de comer, se mantenía llorando y hacía toda clase de berrinches para llamar la atención. –

Regrese por varios días a la casa, y cada vez Inés mostró la misma inclinación al suicidio.

-¿Cuál era el disparador de esta tendencia? ¿Qué le llevaba a estos pensamientos? ¿Dónde se asentaba la base de esta manía? – Eran las preguntas que requerían la más rápida respuesta.

En las siguientes charlas Inés insistió una y otra vez con la frase:

¡No, no una vez más! –

Juan era su primer y único novio, no hubo otro muchacho en la vida de Inés; por lo que resultaba curioso que mencionara el hecho como algo repetido, si es que la partida de él era el motivo.

La postura física de Inés en las charlas era con la cabeza baja, encogida de hombros y sus manos jugando nerviosamente en su boca. Su vocabulario era corto y por momentos incoherente.

Hasta que en uno de esos reclamos angustiosos dijo:

-¡NO mamá, no me dejes! –

La llegada de Carla y el desapego con su madre había sido muy traumático para Inés. Inés en su mente emocional de niña interpretó:

-¡Mamá me abandona, mamá ya no me quiere más, Mamá me cambia por mi hermanita! ¡No quiero vivir así! – Y entonces se dejó caer.

Su afecto más importante le dejaba sola a los cuatro años. Ahora, la historia se repetía con Juan quien se marcharía eligiendo a su familia en lugar de ella. Antes no tenía los medios y las facilidades para matarse, pero a sus dieciocho años si podía hacerlo.

Es increíble como la mente hace este cuadro de relación y elabora a la vez los mismos mecanismos de acción ante situaciones similares.

La postura, su corto vocabulario, sus dedos jugando en su boca y el exacerbado capricho de Inés, nos remitieron a su niñez. No sé si es una exageración decir que se trataba de una mujer de dieciocho años con un alma de cuatro años.

Cuando razonamos la experiencia, Inés pudo ver la motivación de sus actos y adueñarse de una verdad liberadora: Sólo había mal interpretado el afecto de su madre. Y al abrir su corazón y darle una oportunidad al Señor Jesús, pudo encontrar esa clase de amor que siempre estará.

El amor de Dios, que nunca abandona, hizo que Inés cambiara de actitud. Hoy Inés está casada y es mamá de una bebe hermosa; y por cierto, su marido no se llama Juan.

Reflexión

Por lo general, como creyentes abordamos siempre el tema desde lo espiritual. Tratamos de dar explicación desde este lugar a todo lo que nos ocurre. Para muchos seguramente la receta hubiera sido:

-¡Vamos a reprender espíritu de muerte y suicidio! –

Pero debemos recordar que no somos sólo espíritu, también tenemos un alma que siente, interpreta y determina.

¿Había una intervención espiritual satánica en la situación que describimos? Sin duda. Pero no necesariamente desde dónde nos imaginamos.

La Palabra dice:

“Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él.” – (Prv 22. 6 – RVR 1960)

Esta instrucción es legada de muchas maneras, y el enemigo lo sabe. No necesariamente es desde una instrucción formal, enciclopédica, religiosa o moral. No todo lo recibimos así.

Un trauma puede transformarse en un disparador de decisiones futuras terribles. El enemigo siembra estas minas en nuestro interior, y es sólo cuestión de tiempo para que exploten. Pablo mencionó esto hablando del – “pecado que mora en mí”. – (Ro 7. 14 – 25 – RVR 1960)

Es interesante que diga esto: –“el mal está en mí” – vs 21. Literalmente es: – “el mal ha sido sembrado en mí”. –

Una reunión de elementos y situaciones similares a las experimentadas en la niñez, son suficientes para llevarnos a actuar involuntaria e irracionalmente. Desde este lugar es desde dónde podemos decir que Satanás actúa, o mejor dicho que en un tiempo pasado ya actuó.

¡Pero hay libertad en Cristo! La palabra dice:

“Si el hijo os libertare seréis verdaderamente libres”. – (Jn 8 .36 – RVR 1960) –“Y para esto apareció el Hijo del Hombre, para deshacer las obras del diablo”. – (1 Jn 3. 8 – RVR 1960)

Sólo el amor de Dios puede hacer la diferencia.

Cuando aún sin rechazo real el corazón se siente abandonado, Él aparece para decir: – ¡Sigo estando aquí! –

Pastor Rubén Herrera

# 036 | CICATRIZ DE GRACIA

Cuentos del Pastor 31 Ene 18 0

En un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa.

Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua dónde nadaba feliz.

Su mamá, quien desde la casa lo miraba por la ventana, vio con horror lo que sucedía. Un caimán se dirigía donde estaba su pequeño.

Dejando todo, corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndole, el niño se alarmó y llegó nadando hacia su mamá.

Pero fue demasiado tarde…

Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos, justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer jalaba determinada con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada; y su amor de madre no la abandonaba.

Un señor que escuchó los gritos, se apresuró hacia el lugar con un arma y mató al cocodrilo.

El niño sobrevivió, y aunque sus piernas sufrieron bastante aún pudo llegar a caminar.

Cuando salió del trauma, un periodista en el hospital le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levanto la colcha y se las mostró.

Pero entonces, con gran orgullo se remango las mangas de su camisa y dijo:

-¡Pero las que usted debe de ver son estas! –

Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza.

-¡Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida! – señaló el pequeño.

Reflexión

Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Cicatrices de nuestros errores voluntarios y de nuestras malas decisiones. Todos tenemos marcas que hablan de ese tiempo sin Cristo, sin Dios y sin esperanza. Y si no vemos la diferencia, o si no hay de qué avergonzarse, deberíamos preocuparnos porque entonces nunca hubo un cambio y nunca necesitamos de la cruz de Cristo.

Cómo pastor he escuchado la manera en que muchos hermanos se describen a sí mismos. Un orgullo santo se posesiona de ellos para decir cosas como:

-¡Nunca he pecado en esto y en aquello! ¡Yo no! –

Y siempre les recuerdo:

Nunca la Gracia se aplicó a un corazón impecable.

Dios no está interesado en un currículo intachable, sino en una dependencia total y absoluta a la obra realizada por Jesús.

Si se trata de una marca de la vida pasada reaccionamos ocultándola cómo si la estética espiritual se viera afectada. Y en realidad el único afectado es nuestro orgullo religioso.

Si la presentación de sus santos Dios las hiciera a la medida de nuestro juicio personal, no incluiría en la Biblia a ninguno de ellos.

Abraham fue mentiroso, miedoso y de carácter débil. Jacob fue ladrón, engañador y temeroso. Moisés fue asesino, cobarde y de ira incontrolable. David fue codicioso, adultero, engañador y asesino. Y así podríamos seguir con la lista incluyendo a profetas y apóstoles; hombres y mujeres cuya única credencial y gloria fue sostener la fe hasta el final.

Pero otras marcas son las huellas de que Dios nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal. Estas cicatrices que para otros carecen de valor, pero que en nuestro interior, nos hablan permanentemente de ese amor divino que sigue agarrándonos.

Pablo tenía sus marcas. Y fue tan grande la lucha del cielo a favor de él, que quedó marcado de por vida.

Esta marca fue necesaria para que su ego no le dominara, se le dijo:

“Bástate mi Gracia porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. “Por tanto, -dijo Pablo- de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. – (2 Co 12.6 – RVR 1960)

¿Cuáles son nuestras credenciales? ¿Qué tenemos para mostrar?

Que orgullosamente sólo podamos decir:

-¡Estas cicatrices son su Gracia, la evidencia de que Dios pasó por mi vida! –

Pastor Rubén Herrera