# 024 | EL HERRERO

"Cuentos del Pastor", by: - 1 febrero, 2018

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Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco y practicó la caridad pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía salir bien en su vida. Muy al contrario; sus problemas y deudas se acumulaban cada vez más.

Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba -y que se compadecía de su difícil situación- comentó:
-“Es realmente muy extraño que, justamente después de que resolviste convertirte en un hombre temeroso de Dios, tu vida empezara a empeorar. Yo no deseo debilitar tu fe, pero es evidente que a pesar de toda tu creencia en el mundo espiritual nada ha mejorado”. –

El herrero no respondió inmediatamente: él ya había pensado eso mismo muchas veces, sin entender lo que sucedía en su vida.
Sin embargo, como no quería dejar a su amigo sin respuesta, empezó a hablar y terminó encontrando la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

-«Yo recibo en este taller el acero no trabajado y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes cómo se hace? Primero, caliento la chapa de acero con un calor infernal, hasta que quede roja. Después, sin piedad, le aplico varios golpes con el martillo más pesado hasta que la pieza adquiera la forma deseada.»
«A continuación la sumerjo en un balde de agua fría y todo el taller se llena con el ruido del vapor, mientras la pieza estalla y grita a causa del súbito cambio de temperatura.»
«Tengo que repetir este proceso hasta conseguir la espada perfecta, pues una vez sola no es suficiente». –

El herrero hizo una larga pausa y continuó:

«A veces el acero que llega a mis manos no consigue aguantar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. Y yo sé que jamás se transformará en una buena lámina de espada.
Entonces, simplemente, lo coloco en el montículo de hierro viejo que viste a la entrada de mi taller”. –

Tras una nueva pausa, el herrero concluyó:

-«Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. He aceptado los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero lo único que pido es que Dios no desista hasta que yo consiga tomar la forma que espera de mí. Que lo intente de la manera que prefiera, durante el tiempo que quiera; pero que no me coloque jamás en el montículo de hierro viejo de las almas». –

Reflexión

Hace poco, con mucha impotencia, escuchaba la predicación de un hombre quien sostenía lo ridículo de la enfermedad, de las aflicciones y de las pruebas. “¡Qué padre permitiría pasar por tal cosa a sus hijos! “- dijo.

Parece el mismo discurso antiguo que todavía continuamos escuchando: –¡Dios es amor, no mandará a nadie al infierno! –

Es un argumento razonable, inteligente y de fácil deducción. Pero también un argumento falaz y mentiroso. No muestra el carácter de Dios, no al menos el Dios de la Biblia. Y no prepara al creyente para lo que tendrá que vivir.

Pablo a los Tesalonicenses dice:

-“Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás; tanto, que nosotros nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas VUESTRAS PERSECUSIONES Y TRIBULACIONES QUE SOPORTAIS. Esto es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo PADECÉIS…” “…Y a vosotros que sois ATRIBULADOS, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron.” – (2 Tes 1. 3-6, 8-10  RVR 1960)

Según este pasaje, los creyentes crecemos en fe, en paciencia y en amor para con los demás a través de las persecuciones, tribulaciones y los padecimientos. Luego en la manifestación del Señor Jesús seremos: tenidos por dignos, tendremos reposo, glorificaremos al Señor y le admiraremos.

¿Este es el trato de Dios para con sus hijos? ¿Hay sabiduría detrás del dolor y las aflicciones? Naturalmente muchas preguntas se responderán con lo que llamamos misterio y sabiduría de Dios.

Pablo se hizo las mismas preguntas que nosotros, y por el Espíritu Santo se respondió:

– “Más antes, oh hombre, ¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro…?”  – (Rom 9. 20, 21 – RVR 1960)

Y se consoló acertando en este pensamiento:

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. – (Rom 8.18 – RVR 1960)

No estamos llamados a entender, ni renegar de las maneras y los tratos de Dios. Estamos llamados a ser moldeados para Su Gloria y su Honra.

Me permito repetir las palabras sabias del herrero.

– “Lo que pido es que Dios no desista hasta que yo consiga tomar la forma que espera de mí. Que lo intente de la manera que prefiera, durante el tiempo que quiera; pero que no me coloque jamás en el montículo de hierro viejo de las almas». Amén

Pastor Rubén Herrera

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