# 019 | EL SALUDO

"Cuentos del Pastor", by: - 1 febrero, 2018

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Cuenta una historia que un hombre trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega.

Un día, terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba.

La mayoría de los trabajadores ya se habían retirado a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor de la puerta. Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. De repente se abrió la puerta.  El guardia de seguridad entró y lo rescató.

Después de esto, le preguntaron al guardia:

-“¿A qué se debe que se le ocurrió abrir esa puerta, siendo que no es parte de su rutina de trabajo?”. –

Él explicó:

-“Llevo trabajando en ésta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes.  El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible”.
-“Hoy me dijo: ¡Hola! a la entrada, pero nunca escuché: ¡Hasta mañana!”.
-“Yo espero por ese hola, buenos días, y chau o hasta mañana cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré…”.

Reflexión

¿Puede algo que llamamos rutina y elemental como un simple saludo, transformarse vital en momentos cruciales? Este cuento parece ser un ejemplo de ello.

Cuando como escritores o predicadores queremos impactar y marcar una vida, siempre pensamos emitir una frase bonita, conmovedora e inteligente, para que los demás queden asombrados de nuestras deducciones y/o conclusiones. Y esta parece ser la razón de esa búsqueda incesante de prosas aun no han sido compuestas.

Como escritores diarios en las nuevas redes sociales, siempre estamos publicando algo que pueda ganar tantos “Me gusta” como sea posible. Pero nunca terminamos por agradecer, interesarnos en el otro verdaderamente o simplemente saludarle y preguntarle cómo estás. Y la comunicación que definimos como exitosa, no es más que un monólogo presumido que busca aplausos halagadores.

Recuerdo algo que me ocurrió hace unos años mientras pastoreaba una pequeña iglesia. Caminaba las calles del barrio regresando a mi hogar, cuando puede ver que dentro de una camioneta -bastante desmejorada- estaban Sergio y su abuelita.

Sergio era un pequeño con serios problemas de discapacidad motora que llegaba a todos los cultos, su abuelita una mujer desesperada que se había hecho cargo de todos sus nietos; niños de un hijo alcohólico.

Desde el interior del vehículo Sergio capto mi atención con su saludo. Yo llevaba tanta prisa, que lo único que pude decir desde la vereda del frente fue: –¡Bendiciones!

Para mí fue un incidente sin importancia. Hay tanta gente que encuentro en la calle y que me saluda, pero para ellos no fue lo mismo.

Al llegar a la siguiente reunión, su abuelita pasó a dar testimonio. Se paró delante de todos y dijo:

– Estaba realmente desesperada, y había tomado la decisión de quitarnos la vida con mi esposo y los niños esa noche. Pero cuando el pastor nos saludo en mañana algo entró en la camioneta y nos hizo llorar, algo cargo de esperanzas y fuerzas a mi viejo y a mí. ¡Dios estuvo con nosotros allí adentro! –

Yo quedé más sorprendido que nadie. ¿Cómo era posible que un simple saludo había hecho eso? ¡Y ni siquiera me había dado por enterado! ¡Ni siquiera había sentido nada especial!

Recordando luego pensé en esto: el saludo había sido algo rutinario, eso que hacemos por costumbre. Pero del otro lado en la urgencia y la necesidad, las palabras habían sido las justas para terminar con la agonía y la nefasta idea del suicidio familiar. ¡La vida llegaba para desplazar a la muerte! Y el vehículo, un simple saludo ocasional.

– “La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus fruto”. – (Prov. 18.21 – RVR 1960)

Irrumpamos con saludos, acciones y gestos interesados. Aliento de vida y poder del cielo están esperando salir por nuestras bocas.

Pastor Rubén Herrera

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