# 017 | RECUERDOS DE LA VIDA

"Cuentos del Pastor", by: - 1 febrero, 2018

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Me llamo Jorge.

Tengo muchos recuerdos de mi padre y de cómo crecí a su lado en nuestro departamento junto a las vías del tren elevado.

Durante veinte años oímos el rugido del convoy cuando pasaba por la ventana de su dormitorio.
De noche tarde, papá esperaba solo en las vías del tren que lo llevaba a su empleo en la fábrica, donde trabajaba en el turno de medianoche.

Esa noche en particular, esperé con él en la oscuridad para despedirlo. Su rostro estaba triste. Su hijo menor, es decir yo, había sido reclutado.

Me tomarían juramento a la mañana siguiente a las seis, mientras él estaba en su máquina de cortar papel en la fábrica.

Mi padre había hablado de su rabia. No quería que “ellos” se llevaran a su hijo de sólo diecinueve años, que nunca había bebido o fumado un cigarrillo, a pelear en una guerra en Europa.

Puso sus manos en mis delgados hombros.
-Ten cuidado, Jorge, y si alguna vez necesitas algo, escríbeme y me ocuparé de conseguirlo. –

De pronto oímos el rugido del tren que se aproximaba. Me abrazó con fuerza y me besó suavemente en la mejilla. Con los ojos llenos de lágrimas murmuró:
-Te quiero, hijo mío. –

Entonces llegó el tren, las puertas lo encerraron dentro y desapareció en la noche.

Un mes más tarde, a los cuarenta y seis años, mi padre murió. Tengo setenta y seis en el momento de sentarme a escribir esto.

Una vez oí a Pete Hamill, el periodista de Nueva York, decir que los recuerdos son la mayor herencia de un hombre, y tengo que coincidir con él.

Sobreviví a cuatro invasiones en la Segunda Guerra Mundial. He tenido una vida llena de todo tipo de experiencias. Pero el único recuerdo que permanece es el de aquella noche en que mi papá me dijo:
-“Te quiero, hijo mío.” –

Reflexión

¿Ha podido experimentar el poder de los afectos? ¿El valor del recuerdo para aferrarse al sentimiento como motor de la vida? ¡Cuando las palabras adquirieren un significado poderoso tras la despedida!

Mi madre partió, a lo que definí como “a una reunión familiar”, un 12 de septiembre.

El médico que la asistía, me llamó esa mañana mientras yo conducía mi programa de radio para decirme que había muerto.

El dijo: -“Lo siento mucho… siento mucho su pérdida.

Tal vez esto sea importante para alguién; mientras se cortaba no dejaba de pronunciar un nombre, lo repetía todo el tiempo como llamando a alguien muy querido: Pochito, pochito, pochito. ¿Usted sabe a quién llamaba?” – concluyó el médico.

Pochito era mi apodo íntimo; era como ella me llamaba, su expresión más amorosa. Y ese “Pochito” aún suena en mi cabeza. Es la fuerza motora que surge cuando necesito pensarme muy amado.

No dejó de abrazarme a los recuerdos, y al valor enorme que se desprende de ellos. Los que me conocen bien, saben que a veces raya lo melancólico.

El Señor tampoco dejo sin recuerdos a los suyos y en consecuencia también a nosotros. ¿Recuerda sus últimas palabras?:

-“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. – (Mt 27. 18-20 – RVR 1960)

¡Cómo suenan estás palabras!

Para un creyente son la fuerza más poderosa de la tierra. La relación y el lazo jamás cortado. La incapacidad divina de terminar la etapa.

– “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”. –

Dicen por allí, que el amor no se puede expresar en palabras… Yo creo que sí; y especialmente en la boca y en el timbre de voz de nuestros afectos más significativos.

Pastor Rubén Herrera

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