# 011 | EL LLAMADO

"Cuentos del Pastor", by: - 1 febrero, 2018

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Un anciano llama a su hijo en Nueva York y le dice:

-“Odio arruinar estos días festivos, pero tengo que decirte que tu madre y yo nos estamos divorciando, 45 años de matrimonio, y tanta miseria ya es suficiente!” –
– “Papá, ¿qué estás diciendo?” – grita el hijo.

– “No podemos seguir juntos, la convivencia se ha vuelto insoportable.” explicó el viejo padre. «Estamos hartos el uno del otro» –

– “¿Por qué papá?, ¡Si estaban de maravilla la última vez que fui a visitarlos!» – 

– “Hijo, ¡ya estoy harto de hablar de esto y es caro hacerlo por teléfono!, por favor avísale de esto a tu hermana a Hong Kong.” –

Frenético, el hijo llama a su hermana, y ésta al enterarse explota en el teléfono.

-“¿Cómo diablos se están divorciando? ¡Yo me encargo de esto!” – grita ella.

Llama a su anciano padre de inmediato, y le grita:

-«¡No se divorcien aún. No hagan una sola cosa hasta que yo llegue! Voy a llamar a mi hermano de vuelta y los dos estaremos allí mañana. Hasta entonces, no hagan nada, ¿me oyes?» – gritó mientras colgaba el teléfono.

El anciano cuelga el teléfono y se dirige a su esposa.

-«Lo logramos Amor, nuestros hijos estarán aquí en Navidad y se pagarán ellos el pasaje. Te amo». 

Reflexión

Hace poco escribí a una de mis amigas más queridas:

– “Cuida tus afectos, el llorar luego y lamentarse no les hacen regresar a tu lado”. –

Todo parece estar en su lugar, todo parece que va a estar allí siempre; y de pronto se desvanecen, se van, y no vuelven.

Nos abrazamos a los recuerdos pensando que serán suficientes, pero al poco tiempo descubrimos tristemente que no sirven para reemplazarlos de ninguna manera.

Lo que parece cosa de no preocuparse, es lo que más debemos atender; las pérdidas y especialmente de los afectos son siempre las más dolorosas e irreparables.

Cuando hablamos de relaciones, en nuestro imaginario las pensamos estáticas e inalterables; pero ellas están en continuo movimiento. Y el tiempo es el factor que más nos juega en contra.

Nadie piensa que mamá y papá se irán algún día. Nadie piensa que los hijos crecerán y tomaran lejos sus propios caminos. Nadie piensa que el afecto de nuestra pareja puede cambiar; Y bajo estos presupuestos nos manejamos con una tozuda indiferencia.

¿Cuánto valen nuestros afectos? Si lo supiera la hija, estaría abrazando a su anciana madre. Si lo supiera el hijo, invertiría tiempo de charlas con su viejo padre. Si lo supiera él, continuaría el galanteo el resto de la vida. Si lo supiera ella, no detendría su enamoramiento.

Lamentablemente somos los que aprendemos por las pérdidas. ¡Y acaso un simple susto o alguna pesadilla nocturna algún día, nos haga despertar de este letargo!

Si el amor por el otro se transformó en mandamiento, es porque es una de esas cosas que no nos nacen por propia natura.

Curiosamente, también nuestra inclinación pecaminosa nos lleva a amar lo que no es verdadero. Amamos y valoramos las cosas, por encima de las relaciones personales.

Juan nos advierte:

– “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”  – (1 Jn 1. 15 – RVR 1960)

– “El que ama menos a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. – (1 Jn. 1. 11 – RVR 1960)

Este es un tiempo de peligrosa insensibilidad. Jesús dijo:

“Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.”  – (Mt 24.12 – RVR 1960)

El teléfono suena, y un mensaje llega. ¿Pondremos las prioridades en su lugar?

Pastor Rubén Herrera

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