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# 027 | EL BOLETO

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

Ese día todo amaneció en ruinas. La devastación era colosal.

Apenas unos pocos restos de la casa paterna aún quedaban en pie, pero desafortunadamente las fuerzas de todos en el pueblo estaban agotadas.

Fue entonces que decidió partir. América sería un buen lugar para comenzar de nuevo.

Se hizo de valor. No era fácil para él abandonar lo que por generaciones había pertenecido a la familia; y juntando cada moneda, fue pagando el boleto del barco que lo llevaría a destino el próximo sábado.

Fue viernes por la tarde, cuando llegó a completar el pasaje; y junto con ello compró comida que le sustentase por algunos días.

Por la mañana en el puerto, la multitud era impresionante. Gente despidiendo, y gente por abordar. Sin apercibirse de ningún conocido, entregó el boleto. El estruendo de la bocina anunciaba la salida, cuando cruzó la puerta de su camarote y la cerró tras él.

Pasaron unos diez días hasta que el Capitán del crucero se dio cuenta.

Uno sólo, un solo pasajero del barco, nunca había visitado la cabina de mando, nunca había estado en cubierta y jamás le había estrechado la mano.

Pensando en una posible enfermedad, se dirigió llave en mano acompañado de sus oficiales y del personal médico para ver lo que pasaba.

En el cuarto, tras la puerta, apareció el hombre entre dormido y afiebrado con un serio principio de desnutrición.

-¿En qué le puedo servirle Capitán? ¿Hay algún problema? preguntó tembloroso.

-¿Es que le extrañamos amigo! Nos tiene preocupado. ¿Está usted enfermo? ¿Por qué nunca le vimos?, ¿Por qué no salió de su lugar? –

Disculpe Capitán, es que sólo me alcanzó para el boleto. Sólo pagué mi pasaje. –

¡No, amigo -respondió el oficial mayor- usted con el boleto también pagó la comida, los espectáculos, las galas, y el derecho a utilizar todas nuestras instalaciones! –

El hombre, aturdido por la novedad, fue llevado a la sala de cuidados médicos donde se recuperó a los pocos días.

Reflexión

Hasta el día de hoy muchos de nosotros nos mantenemos a la espera.

Existe un convencimiento tan fuerte que nos ha paralizado casi por completo. Pensamos que lo que Cristo hizo por nosotros, tiene que ver sólo y exclusivamente con la eternidad; y que para disfrutar de la vida que Él nos otorga, hay que esperar morirse o que Él nos venga a buscar.

No estoy hablando de la Eternidad como lugar en sí. Ese será nuestro final arribo. Sino de la verdad que es suficiente para cambiarlo todo: ¡Tenemos la Vida eterna en Jesús!

Por alguna razón hemos cambiado las palabras y la conjugación de los verbos. Juan nos dice:

”El que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. – (1 Jn. 5.12 – RVR 1960)

Nosotros hemos dicho: – “El que tiene al hijo tendrá la vida…, el que no tiene al Hijo de Dios no tendrá la vida”. –

Y usted me dirá, ¡no hemos cambiado la Palabra! Y tiene razón. Quizás no literalmente, pero nuestros hechos día a día parecen cambiarla.

Nos postergamos el gozo, el disfrutar de su Presencia y de la comunión con los santos; del apropiarnos de un estilo diferente de vida, de vivir las promesas, etc., etc.

Continuamos viviendo como todos los demás; nos aferramos al hoy, como si fuésemos simples mortales que sólo pasaran por esta vida terrena. Con boleto en mano, nos consumimos apeteciendo lo que por derecho nos corresponde y nos dejamos morir sin respirar una bocanada de aire fresco del cielo.

Quizás sea hora de despertar a esta verdad: No la tendremos… Sino que: ¡Ya la tenemos! ¡Tenemos la vida eterna!

Pablo nos dice:

-“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios; aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por lo tanto no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. – (Efe 5. 14-17 – RVR 1960)

El Capitán está a la puerta, para invitarnos a cenar (Ap 3.20).

– ¿Salimos? –

Pastor Rubén Herrera

# 028 | LA CUERDA

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

Ya estaba oscureciendo, cuando el viento empezó a traer una menuda tormenta de nieve. A medio camino, en plena escalada, Juan se movía rápido y preciso. Trepaba sosteniéndose de lo imposible en su carrera de llegar primero a la cima.

Temprano a la mañana el pronóstico había asustado a varios del equipo, quienes no quisieron hacerse de la proeza en esas condiciones; pero para los más competitivos, entre ellos Juan, era justo el ingrediente que necesitaban para la gran osadía.

Juan adelantaba a cada minuto de la escalada. Parecía que por fin cumpliría el sueño. Por fin demostraría a los suyos, y especialmente a su padre, que no fueron en vano los esfuerzos de tantos años.

Varias cuerdas guías sostenidas de la cima, acompañaban a los deportistas. Pero ninguno de ellos sería suficientemente valiente si se tomaba de ellas.

Fueron pasando los minutos y oscureciéndose la tarde. En medio del congelante frio, de pronto todo se tornó imposible. La tormenta movió una de las rocas de la cumbre, y comenzó una avalancha sin control. Uno a uno fueron asiéndose de las cuerdas, excepto Juan que todavía luchaba con una vehemencia inquebrantable. Hasta que no hubo más de dónde sostenerse. En caída libre, Juan desesperado, daba manotazos ciegos tratando de encontrar soga, hasta que pudo quedar pendiendo en un completo vacío.

-¡Ya vendrán a rescatarme!- pensó Juan mientras se palpaba buscando una rotura o una herida. Pero nadie llegaría sino hasta la mañana; al aclarar y despejarse el cielo.

Cuando descubrió que la fuerza sus brazos se terminaban, hizo un nudo a su cintura y se aferró con sus dos manos fuertemente a la cuerda.

-¡Dios mío! – exclamó con la sensibilidad del que pronto ve su partida.

-¡Cuanto desearía me salvarás! ¡Si hubiera confiado más en Ti, si no hubiera sido tan sordo a las advertencias que me diste! ¡Si no fuera tan terco y confiado! –

Fue entonces, que detrás de una suave brisa pareció escuchar:

-¡Suéltate Juan! ¡Suéltate! –

La voz le resultaba conocida, pero ¿quién podría hablarle en medio de la noche y del vacío?

Se aferró más a la idea que le sostenía de la cuerda, mientras se decía:

– ¡Ya vendrán a rescatarme! –

Esta vez fue más claro el mensaje:

-¡Suéltate Juan estarás a salvo en Mí! ¡Déjate caer ahora, Yo te recojo! –

Juan pensó que alucinaba. ¡Ni Dios podría ocuparse! ¡Cómo sería posible!

Hizo caso omiso apretando su soga, cayendo en un profundo sueño y finalmente ya no despertar.

A la mañana, cuentan los asombrados rescatistas, que Juan estaba muerto. Completamente endurecido, aferrado a su cuerda e inexplicablemente a sólo un metro del suelo.

Reflexión

A veces creemos que la fe y la confianza en nosotros mismos es la fuerza superadora.

Últimamente muchos mensajes animan a los oyentes a sobreponerse por sí mismos. A escuchar la voz interior. A seguir los instintos, y sensiblemente captar los mensajes sensoriales de nuestra conciencia.

La capacidad humana está siendo sobrevaluada y llevada al límite de lo absurdo.

Hace poco un predicador, dijo alejado totalmente de contexto, que: – ¡Somos Jehová Junior! ¡Somos dioses! – Sin reparar que estaba recuperando el mentiroso y satánico mensaje del Edén:

-“… seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” – (Gn 3.5 – RVR 1960)

La fe y la confianza están siendo explotadas y llevadas a lugares equivocados. Muchos creyentes sinceros y con buenas intensiones son alejados del verdadero depósito de nuestra fe: Jesucristo.

Lejos de confiar en el Señor, y en seguir las direcciones del Espíritu Santo por su Palabra, multitudes se animan a confiar en que sus recursos materiales son suficientes para mover la voluntad divina a su favor.

Hoy, es lamentable, que conozcamos más lo que dijo un predicador entusiasta y positivista, que las palabras del propio Señor Jesucristo.

¡Y cuántas de estas palabras superan y anulan las de los Evangelios!

Es tiempo de reorientar nuestra fe. Un único lugar seguro para caer se encuentra en Su Palabra. El no miente cuando nos advierte:

-“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. – (Jn 14. 23 – RVR 1960)

“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fabulas.” – (2 Ti 4. 3 y 4 – RVR 1960)

Aunque sea esta vez, confiemos en su Palabra.

Estamos a un metro del suelo… ¡Soltemos la cuerda!

Pastor Rubén Herrera

# 029 | SALA DE OPERACIONES

Cuentos del Pastor 01 Feb 18 0

-¡Pagamos el doble! ¡Por favor doctor! ¡Le pagamos el doble, pero déjela vivir! –

Las voces se multiplicaban en angustia y dolor dentro del quirófano justo antes de la complicada operación.

La historia de María es una de esas que sólo pueden reproducirse en un contexto único.

Cómo trabajadora rural, había llegado de su país Bolivia muchos años atrás. Tan pronto como vieron su disposición y honesto trabajo, los más acomodados del pueblo se disputaron su servicio. Tener a María, era garantía en todo sentido; y aunque esto era un secreto a voces, ella nunca lo pudo percibir ni aprovechar para su ganancia. Finalmente María fue empleada doméstica en la casa del médico del lugar.

Tenía cuarenta años, rostro surcado, manos gastadas, silueta sensiblemente encorvada. Siempre dispuesta, sonrisa generosa y dueña de un silencio confidencial que le había adornado virtuosamente para ser la amiga de todos. Había hecho su propia familia, aunque a los pocos años de casada tuvo que experimentar la viudez temprana.

Una enfermedad terminal acortaba su vida. Pero la angustia por el bienestar de sus hijos, fue más grande que el dolor que le propinaba el cáncer; así oculto lo que pasaba por muchos años. Cuando detectaron el mal, la cirugía era su única salida; una operación muy complicada, y con pocas posibilidades de éxito.

El médico se sentó intranquilo frente los muchachos y dijo:

-Esta es la parte que poco me gusta hablar. Haremos todo lo posible. La operación tiene un costo: $5.000 pesos si sale con vida y $10.000 pesos si muere. –

Sus rostros se llenaron de extrañez y de asombro.

Pero temiendo cometer torpeza, quedaron en silencio y no osaron preguntar más detalles. Firmaron los papeles y se retiraron abrumados.

En el bar del hospital uno al otro se miraron confundidos. ¿Habían escuchado bien?: – “¿$5.000 si vive y $10.000 si muere?” –  ¡Sin duda en su nerviosismo el médico se habría equivocado!

Con ojos llorosos miraron nuevamente la nota y disiparon las dudas. El médico había repetido textualmente lo que decía la autorización para la operación.

Uno de ellos pensó en voz alta diciendo:

-Pero…, entonces no hará mucho por mamá. ¡No le conviene! ¡Para él, mamá vale más muerta que viva! –

Los muchachos corrieron a prisa a la sala de operaciones.

Sin mediar palabras, y mientras se acercaban al quirófano, parecían convenir en cuál sería el nuevo arreglo.

El desborde angustioso se dejó oír llenándolo todo:

-¡Pagamos el doble! ¡Por favor doctor! ¡Le pagamos el doble, pero déjela vivir! –

¡No entiendo lo que me dicen muchachos! – dijo el médico retirando su barbijo.

-¡No puedo perder más tiempo! – levantó la voz, mientras pensaba en cuál sería la confusión, y al instante logró comprenderlo.

-¡Tranquilos, tranquilos. Todo va a estar muy bien! – repuso.

-¡Su madre vale más viva que muerta para mí. Ella es invaluable por los años de servicio que me ha brindado, no podría perdonarme si no hago todo lo que pueda por ella! Lo que ustedes vieron fue el costo total: el precio del cajón y del velatorio están incluidos en la boleta. –

Reflexión

¡Cuánto callamos en nuestra absurda y temerosa ignorancia, y cuántos pensamientos equivocados nos turban por no preguntar a tiempo!

La mayoría de nosotros experimentamos angustiosas vidas cristianas por no entender correctamente lo que hemos pactado.

La letra que no entendemos o las explicaciones erradas que recibimos, han sido la principal causa de nuestros temores, alejamientos y decepciones.

Hemos silenciado las preguntas más elementales de la vida.

Y en el campo de la fe no fue la excepción.

En nuestras congregaciones, quizás por falso temor reverente o por no ser impertinentes, no nos atrevimos a preguntar o razonar las cuestiones fundamentales de la fe con nuestros mayores.

A menudo no nos permitimos pensar en nuestros actos de fe, y en consecuencia caemos en engaños ridículos del enemigo.

Hoy tenemos una Iglesia que sufre el fetichismo, y las más oscuras y absurdas prácticas; las ocurrencias de burladores inescrupulosos que buscan sus propias riquezas, y que introducen herejías y satanismo en los mal llamados “actos de fe”.

El Señor no hizo nuestra mente ajena a las cuestiones espirituales. Es un error pensar que no debo pensar ni preguntar cuando se trata de fe.

El libro más antiguo de la Biblia, declara:

“Espérame un poco, y te enseñaré; porque todavía tengo RAZONES en defensa de Dios. Tomaré MI SABER desde lejos, y ATRIBUIRÉ JUSTICIA a mi Hacedor” – (Job. 36. 2 y 3 – RVR 1960)

Pedro también dice:

“¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Más también, si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor a ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad SIEMPRE PREPARADOS PARA PRESENTAR DEFENSA CON MANSEDUMBRE Y REVERENCIA ante todo aquel que os demande RAZÓN DE LA ESPERANZA que hay en vosotros”; – (1 Pe 3. 13-15 – RVR 1960)

Ante la importancia de los nuestras prácticas espirituales, ¿no deberíamos acaso detenernos a considerarlas primero?

Las cuestiones de fe son tan relevantes y trascendentes que no deberíamos tomarlas a la ligera, o bajo las presiones del apuro ajeno.

Dios dijo a Job desde un torbellino:

“¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como varón tus lomos, Yo te preguntaré, y tú me contestarás”.-  (Job 38. 2,3 – RVR 1960)

Dios se presenta como un Dios de diálogo; le fascinan las preguntas y las respuestas.

No ha hecho nuestra mente para que sea un obstáculo, sino para que fuese un instrumento de relación.

El mayor bien todavía puede no haberse vivido.

Las angustias pueden estar visitándonos detrás de una verdad no comprendida.

Pongamos mente a lo que decidimos creer. (Ef 4. 17-25)

Pastor Rubén Herrera